En una acalorada discusión sobre la pertinencia, carencias, beneficios o amenazas que representaba dicha reforma según las diferentes visiones, me sorprendían y hasta divertían las intervenciones del representante de Morena, un viejo lobo de izquierda que afirmaba que de ganar su partido las elecciones, desecharían la reforma educativa para luego realizar una gran consulta ciudadana y hacer lo que pidiera el pueblo en materia de educación. Yo reía al escuchar lo que entonces me parecía un verdadero disparate, pero ganaron… y el resto de la historia todos la conocemos.
A menos de tres años con el nuevo gobierno, no conocemos el contenido del Plan General de Educación, ni los planes de estudio, ni de los libros de texto gratuitos hechos “al vapor” y no tenemos posibilidad de evaluar y conocer la realidad educativa porque el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), una institución formada por verdaderos académicos y de la que sí podíamos sentirnos orgullosos, fue cancelado arbitrariamente.
Realmente no podemos decir que antes estuviéramos bien, en los rankings de educación de la OCDE México siempre ha estado en los últimos lugares; pero las dos últimas reformas significaban un incipiente avance, tanto padres de familia como maestros tendrían un papel más protagónico y responsable en la comunidad educativa y al menos podíamos conocer, gracias al INEE, la realidad de las escuelas incluyendo las rurales y las de comunidades con alto índice de pobreza.
Hoy solo sabemos que estamos peor que nunca, que la inequidad está más acentuada pues la pandemia afectó especialmente a los estudiantes con familias de escasos recursos y de las zonas más marginadas que no tienen acceso a la televisión y mucho menos al internet. Sabemos que los maestros, los buenos maestros no han recibido apoyo ni la capacitación necesaria y han tenido que construir sus propias estrategias para dar clases y no perder más alumnos, sabemos que las voces de los padres de familia que han expresado las dificultades a las que se enfrentan para que sus hijos continúen con el ciclo escolar han sido ignoradas y que más del 40% de las escuelas particulares tuvieron que cerrar definitivamente sus puertas por el nulo apoyo de las autoridades para continuar dando un servicio educativo a cientos de alumnos.
Para nuestro presidente nunca ha sido una prioridad la educación, así lo ha demostrado reduciendo el presupuesto destinado a ésta, cerrando programas exitosos y denostando públicamente a quienes aspiran a un nivel más alto de preparación académica y a un mejor futuro.
Por eso hoy desconfiamos de su interés y empeño por el regreso a clases presenciales así “llueva, truene o relampaguee” a pesar de que la pandemia ha recobrado fuerza y en una tercera ola amenaza especialmente a jóvenes y niños.
Muchos coincidimos con López Obrador en que es urgente para los niños regresar a sus escuelas y a lo más cercano a la normalidad, ¡queremos que sea pronto! pero antes, como lo han hecho otros países, debe garantizar y hacer públicas las medidas para un retorno seguro, entre otras: elaboración de protocolos, escuelas con agua potable y sanitarios, vacunación para la comunidad educativa y sus familias y dialogar con maestros y padres de familia, que merecen el respeto de ser consultados y escuchados más allá de un llamado para que ayuden a la limpieza y apertura de las instalaciones.
La palabra del presidente no satisface a quienes hemos sido testigos de su insensibilidad para con las familias de los niños enfermos con cáncer, de las familias de las víctimas de la catástrofe de la línea 12 del metro y de las familias afectadas por el crimen organizado.
Nuestros niños y jóvenes son la esperanza, son los ciudadanos que pueden hacer de este país un mejor México. Tienen derecho de prepararse para un mejor futuro sin que los culpen de “aspiracionistas” y no deben ser objeto de politiquerías y caprichos.
Por Consuelo Mendoza
@ConsueloMdza
Foto: pinion.education